Con los judíos… Recuperación final…
Los 5 mejores aspectos de ser judío
19/7/2017 | por Rav Benjamín Blech
Ser
judío confiere valiosos regalos divinos que nunca deberíamos menospreciar.
En
una ocasión, Albert Einstein sorprendió a una audiencia cuando anunció: “Lamento
haber nacido judío”. Las personas quedaron en shock. ¿Cómo podía este grandioso
hombre hacer una declaración tan extraña? Con una sonrisa, Einstein continuó
traviesamente: “Porque me privó del privilegio de elegir ser judío”.
Siendo
décima generación de rabinos, yo tampoco elegí ser judío; fue mi condición de
nacimiento. Pero con la sabiduría de la edad y la perspectiva obtenida gracias
a la experiencia, llegué a reconocer que mi identidad me confirió valiosos
regalos divinos que nunca deberían ser menospreciados. He aquí las cinco
mayores bendiciones de ser judío.
1. Nuestra
misión única
Estaba
sentado en un aeropuerto leyendo mi hoja diaria de Talmud cuando un anciano
cura, fácilmente identificable por su collar, se detuvo junto a mi silla y me
hizo una pregunta. “Espero que no le moleste que lo interrumpa. Veo que está
leyendo un libro hebreo y que usa sombrero. ¿Es usted por casualidad un
rabino?”.
Cuando
respondí afirmativamente, continuó: “Espero que no crea que soy un desubicado,
pero toda mi vida esperé conocer a un rabino. Verá, si bien soy cura, siempre
creí que los judíos son el pueblo del Libro y que tienen una relación especial
con Dios. Ustedes son el pueblo elegido y, como rabino, usted es uno de sus
líderes espirituales. Siempre quise pedirle a un rabino una bendición. ¿Será
posible que le pida ahora que me honre con ese favor?”.
No
puedo expresar en palabras cuán emocionado me sentí por ese pedido. Le di la
bendición sacerdotal de la Torá y la recité con él en el hebreo original. Él se
emocionó hasta las lágrimas. Humildemente yo entendí que para él yo era su
vínculo con la Torá original. Más allá de nuestras diferencias en las creencias
teológicas —y seguro que hay muchas—, él reconoció con claridad el rol único
del judaísmo que, de acuerdo a las palabras de Isaías, es ser “una luz para las
naciones”. Los judíos son los descendientes directos de Abraham, Itzjak y
Yaakov, la nación que llegó a la base del Monte Sinaí y recibió la Torá para
transmitirla de generación en generación. Los judíos fueron ‘elegidos’ no para
afirmar superioridad, sino para aceptar la responsabilidad de transmitir el
mensaje de Dios al resto de la humanidad.
Fue
Abraham, el primer judío, a quien Dios le dijo: “Y te convertiré en una gran
nación, y te bendeciré, y te haré un gran nombre, y serás bendición” (Génesis 12:2).
Los descendientes de Abraham no sólo serán bendecidos, sino que serán
bendición, una fuente de espiritualidad, divinidad y santidad aquí en la
tierra.
¿Hay
algo más valioso que ser parte del pueblo al que se le confió esa misión?
2. La Torá
La
gente a menudo me pregunta “¿Qué opina el judaísmo sobre tal cosa?”, lo cual es
una muestra de la especial consideración que tienen los demás por ‘El pueblo
del Libro’. De las tres religiones principales (judaísmo, cristianismo e
islam), la nuestra es la más antigua. Nuestras enseñanzas y tradiciones son las
primeras.
De
acuerdo al Midrash, antes de que Dios le diera la Torá al pueblo judío, se la
ofreció a todas las otras naciones del mundo. Cada una de ellas preguntó sobre
su contenido antes de comprometerse. Al descubrir que uno o más de sus
mandamientos les impedían continuar con sus estilos de vida sin oponerse a
normas éticas divinas, rechazaron la oferta. Sólo el pueblo judío estuvo
dispuesto a subyugarse a la voluntad de Dios. Los judíos no fueron tanto el
pueblo elegido, sino más bien fueron ‘el pueblo que eligió’, un pueblo para el
que la moral no sería definida solamente por una preferencia personal ni la
felicidad del lema autocomplaciente de “lo que me haga sentir bien en este
momento”.
Ser
judío es someterse a la ley divina con la firme convicción de que nuestro
Creador fue lo suficientemente atento como para darnos un manual que nos enseña
a vivir una buena vida, una vida en la que la búsqueda de santidad genera la
mayor de las felicidades. Y ser judío es declarar todos los días: “Qué
maravillosa es nuestra porción y qué placentera es nuestra parte”, porque
tenemos el privilegio de oír a Dios hablándonos directamente por medio de la
Torá que Él nos dio en el Monte Sinaí.
3. Progreso
Thomas
Cahill, un irlandés que estaba muy impresionado por las contribuciones de los
judíos y el judaísmo a la humanidad, escribió un superventas internacional
titulado El legado de los judíos: Cómo una tribu de nómades del desierto
cambiaron la forma en que todos piensan y sienten. En este libro, Cahill
acredita a los judíos no sólo por el monoteísmo y la idea de una relación
personal con Dios; son estos conceptos, nos recuerda, los que nos llevaron a
entender que tenemos una responsabilidad personal hacia nosotros mismos y en
nuestras relaciones con los demás, así como nuestro respeto por la historia
misma. Las raíces de lo que consideramos la individualidad occidental, la
responsabilidad personal, la consciencia y la culpabilidad hacia nosotros
mismos y el mundo, afirma Cahill, puede ser rastrada hasta el monoteísmo de los
judíos.
Pero
probablemente el regalo más importante de todos, concluye, es que el judaísmo
le dio al mundo la idea del progreso. Previo a la llegada del judaísmo, explica
Cahill, los hombres creían que la vida era circular. Nacemos. Morimos. Llega la
generación siguiente y se repite el proceso. La vida no tiene dirección, sino
que continúa repitiéndose a sí misma. Sólo con Abraham y el mandamiento divino
de “Ándate de tu tierra, de tu lugar de nacimiento y de la casa de tu padre a
la tierra que te mostraré”, reconocemos la idea de que la vida es
una travesía de descubrimiento.
Abraham,
deja en claro Cahill, no sólo es el primer judío. Es nuestro primer explorador,
el primer humano que intencionalmente partió rumbo a lo desconocido. Este
entendimiento de la vida como un proceso o una progresión creó el mismísimo
concepto de ‘historia’, de un presente diferente al pasado, de moverse hacia un
destino.
Esta
es la idea detrás del principio judío de tikún olam, ‘perfeccionar
el mundo’. Tenemos la obligación de asociarnos con Dios para completar la
creación. Es una tarea increíble y una gran responsabilidad, pero es un
profundo regalo que hace que nuestra vida tenga sentido y propósito.
4. Optimismo
Ser
judío es saber que el mundo aún no ha alcanzado el destino que Dios decretó
para él. Dios tiene un plan para nosotros, y eventualmente éste se cumplirá.
Sin importar el tiempo que tome, los judíos son los optimistas eternos. A pesar
de todos los horrores de la historia y del Holocausto del siglo pasado, nunca
perdimos la esperanza en la promesa profética de la llegada del Mesías, una
época en la que ninguna nación levantará su espada en contra de otra y la paz
prevalecerá sobre la faz de la tierra.
Golda
Meir lo dijo así: “Los judíos no pueden darse el lujo de ser pesimistas”. Ben
Gurión nos recordó que, en Israel, “para ser realista debes creer en milagros”.
Y Maimónides incluyó la creencia en la redención mesiánica al final de los días
como uno de los trece principios cardinales de nuestra fe.
Hace
tiempo que lo judíos aprendieron a ver más allá de los problemas que enfrentan
en el presente, confiando plenamente en un proféticamente prometido glorioso
futuro. Eso forzó a los judíos a ser eternos optimistas. Así como la creación
fue acompañada por el veredicto divino “y fue bueno”, los judíos también ven la
vida diaria con la misma perspectiva divina. Incluso si no lo podemos entender
en el presente, de alguna forma todo es para bien.
Y ese
regalo del optimismo es lo que nos hace pasar del dolor a la esperanza, de las
dificultades a los desafíos, de los problemas a la confianza en tiempos
mejores. En resumen, es la clave para una vida santificada y significativa.
5. El regalo de
las relaciones interpersonales
La
religión está definida por más que nuestra fe en Dios. Es demostrada y validada
por la calidad de nuestras relaciones con las demás personas. Es por eso que
los Diez Mandamientos fueron dados en dos tablas separadas. Los primeros cinco
mandamientos son entre el hombre y Dios; los otros cinco entre el hombre y su
prójimo. Juntos, abarcan el territorio dual de la responsabilidad humana.
Esta
es una idea increíble. Entre todos formamos una familia. Compartimos un padre
celestial. Cuando ayudamos a los demás, hacemos feliz a Dios. Cuando los
ignoramos o dañamos, Dios llora y nosotros no logramos vivir a la altura de
nuestra responsabilidad. El dolor más grande es sentirse solo, la pena más
grande es no tener con quién compartir la vida.
El
grandioso rabino Hillel tuvo la audacia de identificar como el versículo más
importante de la Biblia aquel que nos ordena a amar a nuestro prójimo como a
nosotros mismos. Ser judío es saber que nunca estamos solos. Es saber que siempre
estamos en las plegarias de los demás, porque todas las plegarias están
escritas en plural, nunca en singular. Es sabido que cada uno de nosotros es
parte de una comunidad mayor y fraternal.
Cada
uno de estos regalos hubiera sido suficiente para merecer nuestra
gratitud, dayeinu. Cuánto más agradecidos debemos estar por
recibirlos todos.
Fuente: https://www.aishlatino.com/iymj/mj/Los-5-mejores-aspectos-de-ser-judio.html